jueves, 26 de julio de 2012

Permanencia voluntaria.

Lo recuerdo perfectamente, conocí a una chica con problemas de anorexia, era tan delgada que para hacer sombra pasaba dos veces frente a los rayos del sol, su figura me recordaba al esqueleto de aquella venerable anciana muerta hace años con la que tuve sexo meses antes durante mi periodo de necrofilia, aproveché su falta de autoestima para conquistarla aludiendo mi gusto por su cuerpo esbelto, tras un rato de charla la invité al cine y como toda mujerzuela deseosa de afecto aceptó, le di las palomitas para que comiera si quería (hábil truco para no cargarlas yo y tragarlas a placer), de vez en vez mi mano se equivocaba y le tocaba las teclas en lugar de tomar las palomitas; aparentemente ella pensó que yo era un auto porque pasó gran parte de la película "cambiando las velocidades y con la mano en la palanca".

Salímos de ahí dispuestos a parchar y nos enfilamos hacia un hotel de mala muerte, no son tan malos cuando sabes que las cucarachas en la habitación te temen tanto como tú a ellas y no te atacarán, mientras la partía le propuse dejarme golpear sus costillas con mi...ya saben qué, en efecto sonaba como marimba chiapaneca tal como lo imaginé, después un salto del tigre desde el ropero y un "ouch" seguido de un silencio, pensé que era frígida pero no, todo indica que al caerle encima rompí sus costillas y el dolor la hizo perder el conocimiento, tan pronto despertó le pedí hacerlo por la zona que la naturaleza dispuso para aligerar la carga, ella se negó rotundamente, "¿Quéeee?, ¡esta relación no tiene futuro! ¡ni que estuvieras tan buena pinche gorda!" le dije antes de salir, supongo que no me amaba.

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